Slavoj Žižek, en su libro Hipocresía (2023), cuenta la memoria de Charles Douglass, el inventor de la risa enlatada, la risa artificial que acompaña los momentos cómicos en las series de televisión y que se escucha superpuesta a las escenas dando a entender no solo que la escena es graciosa sino que hay un público que se ríe de ella.
En los 50, cuando este artilugio se estrena, luego de un día duro de trabajo quien se dispusiera frente a la pantalla experimentaba cómo el televisor se reía en su lugar permitiéndole excusarse de esta acción.
Al principio la risa enlatada, que aún se usa en algunas series televisivas, generó un breve período de inquietud: “¿una máquina que se ríe por mí?”, pero con el tiempo todos se acostumbraron viéndolo como algo natural.
Žižek escribe: “A través de la risa enlatada mis sentimientos más íntimos pueden exteriorizarse de manera radical literalmente puedo reír y llorar a través de otro”, socavando las presuposiciones naturales sobre el estado de nuestras emociones más íntimas.
En la actualidad el campo de producción audiovisual comienza a achicarse bajo la expansión de los juegos en red y las exponenciales instancias lúdicas de participación que ganan territorio dentro de una sociedad en exceso intervenida por retóricas relacionales.
La instancia de participación contemporánea en el arte es, en gran medida, una invitación a emprender una actividad pautada dentro de un circuito de interpelaciones y movimientos planificados en su diseño que retoma un hilo familiarizado de contenidos que, aun en su planificación, dejan un margen de variación suficiente para alentar la acción participativa.
El filósofo Robert Pfaller acuña, teniendo en cuenta este comportamiento, el término “interpasividad” para aludir a este estado donde el espectador debe participar, ser parte de la acción que se lleva a cabo bajo la presunción de su comportamiento, donde interacción y previsibilidad lo confinan sobre un disfrute delegado en el que ya no es plenamente parte de la acción (que otras instancias, cosas, personas o dispositivos hacen por él) pero tampoco puede quedar exceptuado de su participación, inhabilitando gran parte de su capacidad perceptiva e interpretativa.
Como dice Žižek en su libro Cómo leer a Lacan: “esto nos conduce a la noción de falsa actividad: las personas no solo actúan para cambiar algo, sino también para evitar que algo ocurra y así nada cambie”
Bajo estos patrones se incentiva la conformación de avatares psicológicos, cognitivos y virtuales que tienden a reproducir un grado automatizado de acción que no deja de emular la realidad ampliada nativa del tecnologos, donde los actos son actualizaciones del mismo algoritmo o las acciones son vistas como consecuencia “ampliada” dentro de un registro de posibles comportamientos.
En Futuro presente, Éric Sadin escribe un ensayo titulado La inteligencia artificial: el poder de enunciar la verdad. Allí sostiene que el modelo del antropomorfismo tecnológico “no trata de dotar a las técnicas de capacidades de interpretación globales de los fenómenos, sino de asignar a los sistemas capacidades de interpretación específicas, que se suponen superiores a las nuestras en un campo particular”.
La tecnología parcela la información instrumentada como verdad apriórica, inconmensurable por la imposibilidad de su aprehensión dada en su volumen y flujo, a la vez que amplía y sobreejecuta su función utilitarista.
En paridad con el modelo del tecnologos, la interpasividad a la que aluden Pfaller y Žižek apunta a la participación que insta a los espectadores a actuar como se espera de ellos, sostenida en la idea premonitoria que el mismo software actualiza.
Como dice Mckenzie Wark en relación a la afinidad del arte y las dinámicas de la información: “el arte es convertido en programación y permanente modelización del porvenir. Pero al hacerlo, eliminan ese futuro y lo vuelve presente. La actualidad se eterniza como diseño, no como arte”.
La cultura contemporánea nos pone a todos por igual frente a estas modelizaciones: así como el arte hizo un viraje hacia el diseño, los vínculos sociales tendieron en su conjunto hacia esta recreación lúdica vuelta sobre el pasado donde cada individuo emula al individuo que fue.
La invitación participativa del arte priva, en parte, al espectador de la “pasividad” de la intimidad reactiva, aquella que lleva a Žižek a reflexionar sobre el extrañamiento ante la risa enlatada sin la cual podría estar absorto frente a su televisor sin plantearse si es él quien ríe o el pequeño parlante de su pantalla.
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